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Psiquiatrización del aislamiento y ¿nueva “normalidad”? Desafíos hacia lo comunitario. Aportes de una trabajadora de la salud en Argentina.

En plena pandemia y aislamiento social, este escrito tiene como finalidad compartir algunas viñetas y narrativas de la vida cotidiana que he vivenciado como trabajadora de la salud mental en centros de atención primaria de la ciudad de Rosario pero también como militante sindical, antimanicomial, como vecina, amiga y madre.



Si bien es la voz de la medicina y sus ramas de virología o epidemiología se constituyeron como las voces autorizadas para hablar de esta pandemia; cientos de psicólogxs somos consultadxs para que expliquemos qué impactos en la salud mental nos dejará el covid 19. Es necesario ofrecer responsabilidad en las respuestas, para que las frases de autoayuda, los tips de rutinas para evitar la angustia y la epidemia de diagnósticos  y psicofármacos no se instalen ofreciendo una salida psicopatologizante y medicalizante de la sociedad.


Para algunos pensadores estamos antes las puertas de un recurdecimientos aún más feroz de la hegemonía capitalista mundial que sólo responde al mercado y su mayor concentración en manos de unxs pocxs. Las estrategias de bio-control, la big data, la vacuna como única salida aparecen como fantasmas de un mundo tenebroso. Algunas lecturas arriesgadas, sin embargo nos ayudan a pensar otros horizontes posibles.


En argentina, las primeras noticias del coronavirus llegaban como algo inalcanzable a nuestras tierras. mientras Brotes de sarampión, dengue, violencia institucional, abuso policial,  inflación, pérdida salarial, narcotráfico y feminicidios, sobre todo un crecimientos exacerbado de feminicidios se aparecían como amenazas mucho más reales y tangibles que ese virus nacido en China. punto y seguido. Ante los primeros casos de contagio se tomaron drásticas medidas  de contención  para evitar la propagación del virus y preparar a nuestro  débil sistema de salud castigado por un gobierno anterior, alineado a las políticas de saqueo mundial.


Las medidas de aislamiento social obligatorio impactaron en el pueblo trabajador de diferentes maneras. A los sectores informales y precarizados -entre ellos cientos de laburantes ambulantes, carreros que reciclan basura, vendendorxs- sin la posibilidad de salir a,  de trabajar y llevar ingresos a sus casas. A los asalariados formales, con  despidos, reducción de salarios, suspensiones son problemas que acechan en esta actualidad y sin posibilidad sin una paritaria  que le permita  recuperar  su salario frente a la inflación y recesión económica brutal.


Ante esto, Se han tomado decisiones políticas de emergencia para ayudar a los sectores más vulnerables como Ingresos familiares de emergencias, aumentos de la asignación familiar por hijx, tarjetas de alimentos, control de precios; bonos para el personal de salud, préstamos a tasa cero para pequeñas empresas y demás medidas de contención que si bien aliviaron en primera instancia las tensiones, se van tornando insuficientes para contener la gran crisis económica emergente.


Ahora bien, entre quienes trabajamos en salud nos toca ocupar el fantasioso lugar de héroes y heroínas de una guerra contra un enemigo invisible, sino que nos toca hacerlo a puro corazón. Irregularidades salariales, escasos recursos de personal asistencial, y elementos de trabajo pone en alerta a un sector que no ha recibido políticas adecuadas en los últimos tiempos. 


Sin embargo, ante la falta de elementos de bio-seguridad se colapsan los grupos de whatsapp de los equipos de salud con fotos de inventos de barbijos, vestimentas, máscaras caseras; se saturan los teléfonos con tutoriales para fabricarte tus propios elementos para evitar el contagio. Y con amor y creatividad, una vez más lxs trabajadorxs de la salud nos transformamos en artesanxs de un sistema de salud que si no está desmantelado es gracias al enorme esfuerzo que hacemos día a día por dignificarlo.


Es así, que hoy estamos en plena trinchera, peleando ahora no contra el hambre, la creciente desigualdad, la pobreza que aumenta, la falta de viviendas, de condiciones materiales de existencia dignas para la población, sino en plena batalla en una supuesta guerra contra un virus mundial. 
Se postergan o interrumpen sentencias judiciales, medidas de protección para las infancias, dispositivos de asistencia a víctimas de género, dispositivos laborales, de proyectos colectivos, se aplazan todo tipo de gestiones administrativas que posibiliten una ayuda a cualquier otrx desamparado. La urgencia ha desplazado del centro a miles de problemáticas que venimos arrastrando como sociedad desde siempre, que esperan la llegada de alguna solución de esta crisis sanitaria para volver a emerger. 


Es indudable que no da lo mismo un gobierno responsable, presente, con medidas sociales de contención, que disponga presupuesto para mejorar y ampliar los sistemas de salud, que trabaje para evitar daños mayores, que para sociedades empobrecidas como las nuestras serían verdaderos genocidios. Sin duda la comparación con países que se han desentendido de toda responsabilidad social para evitar que se detenga la economía nos ubica en una mejor perspectiva. Sin embargo, pareciera sentirse cierto límite que el bolsillo de lxs trabajadorxs no podríamos soportar mucho tiempo más. Se evidencia que las soluciones a una economía a punto de estallar no pueden seguir pidiéndole esfuerzos a lxs de abajo o continuar postergando que se graven las grandes riquezas; permitiéndose así balancear esfuerzos. 


Ante sociedades altamente desiguales, con grandes concentraciones de riqueza y con altísimos niveles de pobreza se torna urgente una política de redistribución que le permita a los Estados fortalecerse y garantizar seguridad social integral y adecuada. Así podremos evitar que cientos de trabajadorxs sean quienes terminan pagando la crisis de un sistema capitalista, neoliberal, extractivista e injusto del cual comienza a verse su fecha de vencimiento.


Se puede escuchar y leer la expresión de nueva normalidad como salida social a esta etapa, pero quienes trabajamos y somos activistas en el campo de la salud mental y los derechos humanos cuestionamos profundamente la idea de normalidad. Resulta no ser un concepto ingenuo. A través de él se han justificado, y se siguen justificando, diversos métodos de encierro, tortura, represión, patologización, vulneración de derechos y todo tipo de maltratos hacia quienes no logran alcanzar el estatuto de normalidad. Así los militantes sociales, presos políticos, anarquistas, disidentes, locas, delirantes, presos y pobres, sobre todo pobres fueron y son sentenciados a vivir en el encierro y aislamiento social por falta de normalidad.


Hablar de la salida de una pandemia mundial utilizando el concepto de Nueva Normalidad no resulta sencillo de escuchar y nos confunde con falsas ilusiones. Como si existiese solo una forma de normalidad, como si la lo normal o anormal fuesen las únicas categorías para interpretar el mundo, como si existiese una línea divisoria claramente definida. Nos confunde haciéndonos pensar que podríamos volver a hacer lo mismo que antes, a ser lxs mismxs que antes, como si la pandemia no hubiese dejado marcas en nuestras subjetividades, transformándonos.


Quizás la pandemia nos despertó, alertó de los errores que se producen cuando unxs pocxs deciden el destino de unxs muchxs, cuando la humanidad, su reproducción y existencia queda encastrada en las planillas de cálculo que fabrican los sectores de poder, quienes solo van a resolver los datos duros con respuestas duras y en beneficio de sus intereses.


Quizás será necesario crear nuestras propias expresiones y no las derivadas, sugeridas o impuestas por los grandes sistemas mundiales. Pareciera ser que estamos un tanto desconfiados de toda imposición venida de afuera, impuesta o pensada por fuera de nuestra comunidad. 
La lectura bio-medica de la pandemia, los gráficos, las innumerables categorías diagnósticas que empiezan a aparecer de los efectos psicológicos del aislamiento, van formateando una salida, nada nueva, por cierto, que prioriza la individualidad, el control y la medicalización del sufrimiento. 


De pronto la Organización Mundial de la Salud intenta con su excelencia científica lavarse la cara, que trae sucia por sus alianzas y financiamientos de los sectores más poderosos de la economía mundial. La fundación que pertenece a Bill Gates y su familia, el banco mundial, EEUU y cientos de inversores supuestamente neutrales nos domestican con medidas sanitarias y sistemas de salud pensados al servicio del mercado, desentendiendose de reconocer a la salud como un derecho humano innegociable.
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Se hace urgente pensar en otras salidas, en nuevas salidas que pongan el acento en estrategias sociales que han caído en desuso en estas sociedades policiales del control,  el mérito y éxito individual.


En el campo de la salud colectiva buscamos y hablamos permanentemente de las salidas comunitarias, pero ¿qué decimos con lo comunitario?


En estas semanas de confinamiento se han ido produciendo diversas estrategias sociales de contención, hemos descubierto otros modos de ligarnos, de entrelazarnos. Algo de lo novedoso aparece cuando alguien decide salir a su balcón a mostrarle a otrxs su arte, a compartirlo, sin ningún tipo de mediación monetaria. Algo de lo nuevo se descubre en los cartelitos pegados en los ascensores que ofrecen ayuda a lxs ancianxs del edificio, lxs médicxs, los confinadxs que volvieron del exterior. La vieja y acostumbrada indiferencia con la que transitamos espacios comunes parece esfumarse de a poco. Entonces aprendemos nombres, caras e historias de vecinxs que no habíamos registrado, porque ahora estamos más necesitados de hablarle a un otrx, porque ahora que no vemos a nuestros afectos individualmente seleccionados descubrimos que el afecto circula también en la mirada, en las palabras, el interés, la pregunta, el afecto circula en el cuidado. Asi, extraños vecinos de un edificio, se entrelazan de nuevas maneras, se animan a hacer circular el afecto que antes estaba solo destinado a la egoísta elección de nuestros tránsitos individuales.


En una red social, un músico muy querido de la ciudad (aunque no por esto triunfante) publica un mensaje que se puede entender como un intento de formar comunidad entre les musiques de la ciudad. En su reclamo puntual a funcionarios del gobierno municipal este músico dona su nombre y reconocimiento (a pensar de tensionar sus propias relaciones laborales) para que un colectivo entero salga beneficiado con pagos adeudados y se fomente la propuesta de un plan estratégico cultural para que les musiques de la ciudad, obreros del arte, no empeoren aún más su condición económica ante la crisis. He ahí un ejemplo más de estas viejas, pero por olvidadas también nuevas formas de enlazarnos que estamos necesitando proliferar; cierta necesidad de tejernos en una trama colectiva, de romper con la idea de progreso individual para entender que todo progreso es con otrxs.


En los territorios más desprotegidos se vive de otra manera esta emergencia social, se presenta como otra crisis, una más, esta vez con nombre de virus. No se escucha tanta sorpresa o desconcierto, como si se tuviesen algunos caminos ya allanados en esto de no saber hacia dónde mira el futuro más cercano, como si la incertidumbre de no tener garantizada la existencia no fuese nueva, sino más bien una más, una incertidumbre más de tantas” 


En los barrios más pobres esta experiencia de lo comunitario no es nueva; cierta práctica / saber espontáneo y comunitario se genera con la velocidad propia de donde habita la solidaridad, el cuidado, la semejanza al otrx.  Lxs vecinxs suelen estar antes que cualquier organismo oficial, la primera respuesta de ayuda suele ser de quienes están más cercano, pasando por la misma. Esx mismx vecinx con quienes hay más de una pelea cotidiana se vuelve de lxs primerxs aliadxs cuando la crisis aparece y las papas queman.


Rápidamente vecinxs, referentxs comunitarixs, organizaciones sociales y políticas se enredan para desplegar estrategias de cuidado territoriales, se gestionan y pelean recursos para reforzar y aumentan los comedores, las copas de leche, espacios de contención, la solidaridad con otrxs que la pueden estar pasando aún peor.


Una media mañana saliendo a caminar por el barrio, haciendo con mi compañero de salud mental circuitos de contención, me crucé con un vecino que es nuevo en el barrio. Le pregunté cómo había llegado ahi (terreno muy grande ocupado hace años por una familia al cual se fueron sumando muchas familias más) Me cuenta que fue gracias a “un muchacho en el mercado de frutas, mientras estábamos changueando, me dijo que venga a hablar acá, que me podían dar una mano. Me arme el rancho para la familia ahí, por ahora de palet y nylon, pero irá mejorando”. Y otra vecina de ahí, me explica que ella tenía materiales, pero no tenía quien la ayude a construir y se estaban dando una mano; “hacemos trueque” me explican mientras caminamos a conocer su nueva casa y planificamos unas pizzas a la parrilla como inauguración para cuando se pueda. A ellxs no los unía un lazo de toda la vida, hacía dos semanas que se conocían, tiempo suficiente para empatizarse, intercambiar problemas, dolencias, tristezas y también ayuda mutua. En 15 días hay tres nuevos ranchos en ese terreno, construido entre muchas manos, porque entienden que de a muchxs es más fácil vivir que desde la sola individualidad.


Estas narrativas de la vida cotidiana nos enseñan que contamos con enormes experiencias de cuidado y de solidaridad. Que hoy, ya no tan encandilados por las luces del éxito personal y ante las dificultades de proyectar la mirada hacia adelante, nos podemos permitir ponerla y distribuirla hacia nuestros costados, mirar nuestro alrededor.
 
En este contexto, las prácticas en salud mental han cambiado, mutado. Ya no atendemos en consultorio, ya no estamos a solas con el sufrimiento de un otrx. Nos vimos obligadxs a salir a las calles, a recorrer los barrios, comedores, escuelas, familias, a visitar a quienes no podían salir a buscarnos. Y así, entre pasos, charlas, codos con codos se van trazando hilos que intentan tejer comunidad. 


Así fue que, al comienzo de la declaración del aislamiento, organizamos desde el centro de salud para juntarnos con militantes sociales de una casa popular que hay en un barrio próximo, para pensar juntxs cómo acompañar a vecinxs que estaban necesitando ayuda. Al preguntarles cuál sería el comedor más cercano de referencia para la población del centro de salud, comentaron que cerca no había muchos, pero que podíamos referenciar a la gente al comedor de Villa Banana que está un poco más lejos pero que seguro no les iban a dejar sin un plato. La emoción me recorrió el cuerpo cuando escuché el nombre de la referente barrial a cargo:  se trataba de una compañera de lucha que conocí en tiempos de estallidos sociales y crisis económica del 2001. Muchos años atrás, junto a un colectivo de vecinxs organizadxs participé en los primeros pasos de ese comedor. Le llamamos mujeres en lucha porque esa fue la síntesis de toda una experiencia y recorrido de concientización de nuestras existencias, del reconocimiento de problemas, de la búsqueda y creación colectiva de soluciones, de las redes de apoyo que se gestaron entre hornos, panes, pizarrones y pedagogías de la liberación; entre espacios de mujeres, Encuentros, calles, reclamos, gomas y ollas populares. Años después, ante otra nueva crisis, retornan ya maduras, aquellas experiencias de organización territoriales, retornan viejas y comunes prácticas de sostén y apoyo. 


Una vez más entendí que nuestras prácticas se tratan de eso, de ofrecernos a esos colectivos espontáneo de mujeres y vecinxs que se juntan a preparar el alimento entre mates e historias que circulan, haciéndonos preguntas que intentamos responder mientras calentamos las ollas. Una muestra más de que la clínica no se agota en lo individual, en el consultorio, en el diagnóstico, en atajar la crisis, la irrupción del sufrimiento, sino sobre todo en las propuestas colectivas de organización y búsqueda de autonomía de quienes menos tienen.


Retornan las ollas populares, comedores, merenderos, asambleas barriales, la esperanza de que fábricas que se puedan disputar de las manos patronales y pasen al control obrero; vecinxs organizadxs, edificios enteros que planifican y acuerdan estrategias de convivencia, artesanos que se buscan para ayudarse y crear redes de comercio justo, comerciantes que acuerdan con otrxs dejar de lado la competencia y especulación para priorizar el acceso a los bienes comunes prioritarios, productores que quitan intermediarios y se organizan. Cientos de viejas estrategias se renuevan para acompañarnos hoy a construir estos otros modos, estos necesarios nuevos modos de entendernos dentro de un común. 


Emerge la necesidad dejar de ver al otrx con las anteojeras del neoliberalismo, ese otrx de la competencia, enemigx, terrorista, negrx, pobre, corruptx, delincuente, desviadx de la norma. Ese otrx del odio, del miedo, de la persecución, del control, del disciplinamiento, ese otrx que no es unx, que no es normal y que por eso se merece las peores políticas, las necropolíticas. Quizás, ya más livianos de tantos pesos que necesitamos dejar podamos encontrarnos en la proximidad, en lo común, en nuevos comunes, en el afecto que nos liga, en el cuidado, en la empatía, encontrarnos a pensar y construir nuevas comunidades con nuevos horizontes posibles.


Entonces, que algo nuevo como sociedad debemos generar, que algo nuevo debe producirse, que no podemos seguir con las mismas lógicas de especulación, consumismo, individualismo, desgaste, desigualdad, sí. Algo nuevo estamos en condiciones de proponernos hacer. Pero si esto nuevo cae bajo la categoría de lo normal, entonces se transforma en una suerte de contradicción tautológica, porque esa normalidad cancelaría toda posibilidad de irrupción, todo proceso creativo de lo nuevo. La condición de lo nuevo merece liberarse de toda atadura de normalidad, porque como ya dijimos esta está ligada a lo represivo y a viejas estrategias de opresión.


 
Por Florencia Orpinell 
Asociación de Trabajadorxs del Estado Rosario (Argentina)
Fuente: Espineta AMB Caragolins 


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